Alí Babá y los cuarenta ladrones
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Alí Babá y los cuarenta ladrones

¡Ábrete Sésamo! Sumérgete en el cuento clásico de Alí Babá y los 40 ladrones. Alí Babá, un humilde leñador, descubre una cueva secreta llena de tesoros escondidos por una banda de ladrones. Con astucia y la ayuda de la ingeniosa Morgiana, enfrenta peligros y engaños para proteger su hallazgo. Una historia de aventura, codicia y justicia que te atrapará. ¡Lee la historia completa y descubre el poder de las palabras mágicas!
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Alí Babá y los cuarenta ladrones

El sol de la tarde teñía el bosque de tonos dorados. Alí Babá se ocultó tras unas rocas, intrigado por el desfile de jinetes que avanzaba hacia una gran roca solitaria. Llevaban fardos y sacos llenos de un contenido misterioso.

Sin detenerse, el cabecilla extendió la mano y pronunció con firmeza:

“¡Ábrete, sésamo!”.

La inmensa piedra rodó hacia un lado, revelando una cueva reluciente.

No mucho después, los jinetes salieron de la cueva, esta vez sin los sacos.

Cuando la banda partió, Alí Babá se acercó cautelosamente.

-¡Ábrete sésamo!

Entró despacio y quedó maravillado ante montones de oro y joyas.

Tomó unas cuantas bolsas de monedas, emocionado ante la perspectiva de ser rico como su hermano Kassím.

Luego salió rápidamente de la cueva consciente del peligro que corría.

Una vez en su casa, fue a ver a su hermano Kassím para pedirle una medida para saber cuánto oro había conseguido. Al devolvérsela, Kassim lo abordó con el ceño fruncido.

—Hermano, ¿qué significa este pedazo de oro pegado a la medida?

Alí Babá vaciló, pero acabó revelando el secreto de la cueva.

Kassim, sonrió con ambición.

—¡Ese tesoro debe ser mío! Iré antes del amanecer.

Partió en plena noche, iluminado por su antorcha y el brillo en sus ojos.

-¡Ábrete sésamo!

Al adentrarse, el eco de sus pasos retumbaba en la oscuridad.

Sacos y cofres aparecían ante él, infinitos.

Quiso regresar con sus hallazgos, pero olvidó la palabra exacta.

“¡Ábrete, Cebada… Ábrete, Trigo!”,

¿Arroz? ¡Nueces!

gritaba con impaciencia, sin ninguna respuesta.

De pronto, alguien abrió la cueva desde el otro lado.

Cuerpos robustos, pasos firmes. Kassim escuchó un rumor y el sonido metálico de armas. Contuvo el aliento.

Las antorchas se multiplicaron. Sombras danzantes sobre el muro.

Eran los cuarenta ladrones.

Alí Babá llevaba días sin noticias de Kassim. Con el pecho oprimido, decidió volver a la gran roca, aun temiendo lo peor.

-Ábrete sésamo.

Alí Babá encontró el cuerpo de su hermano y se lo llevó para sepultarlo.

“Si no le hubiera revelado nada...”,

Un sentimiento de culpa afloró en su pecho, que se renovaba cada vez que veía alguna de las monedas del tesoro.

Tiempo después, los ladrones volvieron a la cueva, descubriendo que el cuerpo de Kassim ya no estaba ahí.

—Hay alguien más que sabe nuestro secreto. No podemos dejarlo con vida.

-¿Pero cómo lo encontraremos?

-Yo sé cómo hacerlo.

El jefe de los ladrones, un hombre de inteligencia afilada, fue a la ciudad a averiguar si alguien había sido enterrado recientemente. No tardó en descubrir que Alí Babá se había despedido de su hermano hacía muy poco.

Se disfrazó de mercader y dijo a sus hombres:

-Ocultaos en grandes tinajas, en esas que se suelen usar para almacenar aceite.

-El tal Alí Babá se ha hecho rico recientemente a costa de nuestro tesoro, no me cabe duda de que aceptará alojar a un importante mercader y guardar su mercancía.

Anochecía cuando llamaron al portón.

Alí Babá, sumido en el abatimiento, vio ante sí a un hombre alto con el rostro cubierto por un turbante.

—Buenas noches, buen hombre. He viajado una gran distancia y mis animales apenas pueden mantenerse en pie.

-Traigo aceite fino para vender en el mercado, pero la noche me ha atrapado sin refugio. Si fueras tan amable de dejarme descansar bajo tu techo, te lo agradecería eternamente.

Alí Babá miró al desconocido con cierto recelo. No era hombre de rechazar a un viajero, pero en su pecho aún pesaba la inquietud por los ladrones.

—No sé si mi hogar es el lugar adecuado. No soy comerciante de aceites y no quiero ser responsable si se estropea tu mercancía.

El mercader sonrió con una humildad bien ensayada.

—No te preocupes por eso, amigo. Solo necesito un rincón donde pasar la noche. Créeme, no causaré molestias.

—Está bien, quédate. Pero procura no hacer ruido, mi familia duerme.

Dentro de la casa, Morgiana, la esclava más fiel, observó de reojo al recién llegado. El supuesto mercader parecía demasiado interesado en recorrer los pasillos y evaluar cada rincón. Ella, precavida, decidió permanecer atenta.

Poco después, Morgiana preparaba la cena y notó que no quedaba aceite para cocinar. Salió al patio, donde reposaban las grandes tinajas.

Al aproximarse a la primera, escuchó un susurro sibilante:

—¿Es la señal para atacar?

El corazón le dio un vuelco. Sin mover apenas los labios, respondió con voz grave:

—Todavía no. Esperad la orden.

Morgiana corrió de vuelta a la cocina, con la frente perlada de sudor.

“Hay hombres escondidos en esas tinajas”

“Van a asaltarnos esta noche”.

Se apresuró a hervir un gran caldero de agua con aceite.

En silencio, arrastró una de las tinajas junto a la caldera y volcó el líquido hirviente en su interior, acabando con el ladrón que había dentro.

Así fue uno a uno, hasta vaciar el último.

Mientras tanto, el jefe se impacientaba. Salió al patio para dar la orden de atacar a Alí Babá, pero se topó con un escenario imprevisto. Ninguno de sus hombres respondió a su llamada.

Comprendió el desastre y, con un impulso de rabia, huyó de la casa y desapareció en la noche.

A la mañana siguiente, Alí Babá escuchó con incredulidad el relato de Morgiana. Él se llevó una mano al pecho, abrumado por la deuda de gratitud:

—Sin ti, estaríamos muertos. Te debo mi vida y la de mi familia.

“El jefe de los ladrones huirá, pero volverá”,

advirtió.

“Habrá que estar preparados, Alí Babá.”

Las palabras de Morgiana resonaron en su corazón, recordando a Kassim.

Su muerte y el recuerdo de lo cerca que estuvieron del desastre le pesaban como una losa.

Aun así, se resistía a compartir sus miedos con nadie; sentía que debía afrontar solo la responsabilidad de proteger su hogar.

El jefe de los ladrones merodeó la ciudad durante varios días, siempre oculto tras distintos disfraces. Había jurado vengarse de Alí Babá, y tramaba un plan para hacerlo.

Un día, el supuesto mercader apareció en el mercado, aparentando simpatía y modestia. Colocó sus productos exóticos en un puesto improvisado y, con tono despreocupado, empezó a regatear con los curiosos.

En un momento dado, se dispuso a vender un raro estuche de especias a Alí Babá.

—Creo que te has equivocado. Me estás entregando más mercancía de la que te he pagado.

—¡Qué integridad la tuya! Es muy poco frecuente encontrar gente tan sincera en estos tiempos. Me gustaría agradecerte personalmente tu honestidad.

Dijo con una reverencia exagerada.

Sin apartar la mirada de las especias, Alí Babá sintió un leve recelo al ver la sonrisa calculada del forastero. Aun así, no quiso ser descortés.

—Solo hago lo que creo justo. No ganaría nada engañándote.

—Precisamente por eso. Permíteme invitarte a una comida en la que cocinaré con mis mejores especias. ¿Me harías el honor de recibirme en tu casa?

- Trae tus especias y te mostraré la hospitalidad de mi hogar.

- Estupendo. Solo un detalle: no soporto la sal en mis platos. ¡Arruinan mis especias!

—Si no quieres sal, así será

—aceptó Alí Babá, esbozando una sonrisa cortés.

El mercader asintió con entusiasmo, recogiendo sus cosas con aparente prisa. Antes de marcharse, volvió a inclinarse de forma servil:

—Estoy en deuda contigo por tu honestidad. Será un honor cocinar para ti, Alí Babá.

Al llegar la noche, Morgiana se ofreció a cocinar. Recordó la petición algo extrañada. Había una antigua ley entre los persas de no matar a aquel con quien se comparte la sal.

Mientras la cena avanzaba, Morgiana observó disimuladamente la silueta del mercader. En cierto momento, la tela de su túnica se desplazó y dejó entrever una fina empuñadura.

La certeza la golpeó con la fuerza de un relámpago: era el jefe de los ladrones.

Sin perder la compostura, Morgiana se acercó a Alí Babá y le susurró al oído:

—Ese hombre es peligroso.

Alí Babá recordó cómo Morgiana había salvado a su familia, y comprendió que tenía que escucharla. Con un leve gesto, le dio su confianza.

Decidieron organizar una breve actuación antes de servir los postres. Morgiana, experta en danzas tradicionales, se presentó ante el mercader con un velo radiante y una daga bellamente decorada.

Inició su baile, moviéndose con elegancia, a la vez que giraba y distraía al invitado.

El supuesto mercader no pudo evitar seguir cada giro con la mirada. De pronto, Morgiana lanzó un quiebro fugaz y se abalanzó sobre él, hundiendo la hoja en su pecho.

—¡Es el jefe de los ladrones!

advirtió Morgiana, levantando la daga del villano para que nadie dudara de su identidad.

Alí Babá se llevó las manos a la cabeza, sobrecogido y aliviado a la vez. Abrazó a Morgiana con agradecimiento.

A la mañana siguiente, la ciudad supo que la amenaza de los ladrones había llegado a su fin. Alí Babá, agradecido, ofreció a Morgiana un lugar privilegiado en su familia, casándola con su hijo.

El tesoro dejó de ser solo un recordatorio de la culpa que sintió una vez, y se convirtió también en símbolo de unión y de confianza.

Y así, liberado del peso de la amenaza de su enemigo, Alí Babá entendió que no estaba solo y nunca tendría que cargar en soledad con el deber de proteger su hogar.

Y eso es todo, de momento.

Hasta el próximo cuento.