Imagen de portada de Blancanieves, de los Hermanos Grimm
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Blancanieves

🍎✨ Blancanieves (H. Grimm): Un querido cuento clásico infantil. La belleza de la joven princesa Blancanieves desata la envidia de su malvada madrastra, la Reina, quien teme que el espejo mágico la declare menos hermosa. Forzada a huir, Blancanieves encuentra refugio y amistad con siete adorables enanitos en el bosque. Pero la Reina no se rinde y, disfrazada, la engaña con una manzana envenenada. Acompaña a Blancanieves en esta mágica historia sobre la bondad, la lucha contra el mal y el triunfo del amor verdadero. Disponible para leer online, ver en vídeo o escuchar en audio. ¡Ideal para compartir en familia! 🏰🌲
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Blancanieves

En un reino lejano, donde el invierno cubría todo con un manto blanco y brillante, vivía una reina que adoraba mirar los copos de nieve caer desde su ventana. Un día, mientras cosía junto a la ventana con marco de ébano, la aguja resbaló y se pinchó el dedo. Tres gotas de sangre cayeron sobre la nieve y parecían tan rojas y vivas que la reina se quedó pensativa.

"¡Ay, cómo desearía tener una hija que sea blanca como la nieve, roja como la sangre y con cabello negro como el ébano de esta ventana!"

No pasó mucho tiempo después de ese deseo, cuando la reina tuvo una niña que era exactamente como había soñado. La pequeña tenía la piel blanca como la nieve, labios rojos como la sangre y cabello negro como el ébano. Llena de alegría, la reina decidió llamarla Blancanieves. Sin embargo, poco después del nacimiento de su hija, la reina se enfermó y falleció, dejando al rey con el corazón roto y a la pequeña princesa sin madre.

El rey, después de un tiempo, sintió que debía encontrar una nueva reina para ayudarlo a cuidar el reino y a su querida hija. Se casó con una mujer de impresionante belleza, pero su corazón no era tan hermoso como su apariencia.

Cada mañana, con la misma melodía en su voz, la reina se paraba ante un espejo mágico que poseía, y preguntaba con una sonrisa confiada:

"Espejo mágico en la pared, ¿quién es la más hermosa de este reino?"

Y siempre, como un eco que reafirmaba su vanidad, el espejo respondía:

"Tú, mi reina, eres la más hermosa de todas."

Los años pasaron y Blancanieves creció, convirtiéndose en una joven de rara belleza y dulzura. Cada día que pasaba, se hacía más y más hermosa, y su bondad iluminaba el castillo como los rayos del sol en la primavera.

Una mañana, cuando Blancanieves cumplió siete años, la reina hizo su pregunta habitual al espejo, pero esta vez, la respuesta del espejo fue diferente:

"Tú eres muy hermosa, mi reina, pero Blancanieves es ahora mil veces más hermosa que tú."

Al oír esto, la reina sintió cómo la envidia y la ira se apoderaban de su corazón.

No podía soportar la idea de que alguien fuera más hermosa que ella, mucho menos una niña tan joven. En un acto de desesperación y maldad, convocó a uno de sus cazadores más leales y le ordenó llevar a Blancanieves al bosque y acabar con su vida.

El cazador, conocido por su lealtad al trono, pero con un corazón amable, llevó a la princesa al bosque. Blancanieves, desconociendo las verdaderas intenciones del cazador, admiraba las flores y los pequeños animales que encontraba en el camino. Finalmente, cuando llegaron a un lugar apartado, el cazador se detuvo y, con lágrimas en los ojos, le reveló el terrible mandato de la reina.

Blancanieves, asustada y confundida, empezó a llorar.

"Por favor, no me hagas daño," suplicó la joven princesa con voz temblorosa.

El cazador, leal a la reina pero con el corazón lleno de compasión, sostuvo el cuchillo con manos temblorosas. Miró a Blancanieves, tan inocente y pura, y sintió cómo su propia alma se quebraba bajo el peso de la cruel orden.

Con lágrimas silenciosas rodando por sus mejillas, dejó caer el cuchillo.

"No puedo hacerlo" murmuró para sí, y luego, con la voz quebrada, le dijo a Blancanieves:

"Huye, pequeña princesa, huye lejos y no vuelvas jamás. Escóndete en el bosque y nunca regreses al castillo."

Blancanieves asintió, limpió sus lágrimas y corrió tan rápido como sus pequeñas piernas le permitieron, adentrándose en el misterioso bosque que se abriría ante ella.

Blancanieves corría sin rumbo, su corazón latiendo como un tambor en sus oídos. El bosque la envolvía con sombras alargadas, y cada rama que rozaba su piel parecía intentar atraparla, tirando de su vestido. El miedo le apretaba el pecho, haciéndola sentir como si no pudiera respirar.

"¿Y si no encuentro salida? ¿Y si el cazador cambia de opinión?" pensaba mientras las lágrimas nublaban su vista.

No se detuvo hasta que, exhausta y sin aliento, tropezó y cayó. A su alrededor, el bosque estaba en silencio, salvo por el suave susurro de las hojas moviéndose con el viento. Sentada en el suelo frío, Blancanieves sintió por primera vez el peso de su soledad.

"¿Qué voy a hacer ahora?", murmuró entre sollozos, mirando a su alrededor, esperando encontrar algo o alguien que pudiera ayudarla.

Mientras la noche comenzaba a caer, y con ella el manto de la oscuridad, un pequeño rayo de luz llamó la atención de Blancanieves. Con la última pizca de esperanza, se levantó y siguió esa luz hasta llegar a una pequeña casita que parecía sacada de un cuento de hadas. Era una cabaña diminuta, perfectamente proporcionada como si estuviera hecha para niños.

Blancanieves, con cautela, tocó la puerta. Al no recibir respuesta, la abrió lentamente y miró dentro. Lo que vio fue una pequeña sala con siete sillas diminutas alrededor de una mesa igualmente pequeña. Todo estaba ordenado y limpio, lo que la hizo sentir un poco más en paz. Demasiado cansada para pensar en los posibles dueños, decidió entrar y buscar algo de comer. En la mesa, encontró siete platos pequeños, cada uno con un poco de comida.

"Solo probaré un bocado de cada plato y un sorbo de agua de cada vaso, no creo que a los dueños les moleste", pensó mientras comía.

Después de comer, el cansancio la venció, y Blancanieves exploró la casita hasta encontrar siete camas pequeñas en una habitación. Probó una por una hasta que encontró una en la que se sentía cómoda.

"Solo descansaré un poco, hasta que los dueños regresen", se dijo a sí misma antes de quedarse dormida.

No mucho después, los dueños de la casa, siete enanitos que trabajaban en una mina cercana, regresaron después de un largo día de trabajo. Al entrar, notaron de inmediato que alguien había alterado su querido hogar.

"¿Quién ha estado sentado en mi silla?", preguntó el primero, mirando a su alrededor con curiosidad.

"¿Y quién ha comido de mi plato?", dijo el segundo con un tono de sorpresa.

"¡Alguien ha probado mi pan!", exclamó el tercero, examinando la mesa.

Los enanitos continuaron descubriendo pequeños cambios en su hogar hasta que llegaron a la habitación de las camas y encontraron a Blancanieves profundamente dormida en una de ellas. Sorprendidos pero cautivados por su belleza e inocencia, decidieron no despertarla. En cambio, se reunieron alrededor y la miraron con admiración.

"¡Qué hermosa es!", susurraron entre ellos.

"Debemos cuidarla", acordaron todos, pues algo en su corazón les decía que esta joven necesitaba protección.

Al amanecer, Blancanieves despertó y se encontró rodeada de los siete enanitos, que la miraban con amabilidad.

Blancanieves dio un paso hacia atrás cuando los enanitos se le acercaron, su mente aún procesando si debía confiar en estos extraños. Pero cuando vio sus miradas amables y escuchó sus suaves voces llenas de curiosidad, su temor comenzó a desvanecerse.

"Son buenos" pensó, y con un suspiro de alivio aceptó el pequeño plato que le ofrecían.

"Me llamo Blancanieves", comenzó ella, relatando su trágica aventura y cómo había llegado hasta allí.

"¿Y qué harás ahora?", preguntó uno de los enanitos.

"No sé... tengo miedo de volver y no tengo a dónde ir", respondió ella con tristeza.

Los enanitos, conmovidos por su situación, le ofrecieron quedarse con ellos.

"Puedes vivir aquí y ser como una hermana para nosotros", dijeron alegremente.

"Solo te pedimos que nos ayudes a mantener todo limpio y ordenado."

"¡Oh, sí! ¡Claro que sí! Estaré encantada de quedarme aquí y de ayudar en todo lo que pueda", respondió Blancanieves con una sonrisa, sintiendo que finalmente había encontrado un nuevo hogar.

Sin embargo, lejos en el castillo, la malvada reina descubriría pronto que Blancanieves aún vivía, y sus planes malvados estaban lejos de terminar. Pero esa es una historia para otro momento.

Blancanieves se había adaptado a su nueva vida en la casita del bosque con los siete enanitos. A pesar de la amenaza que pesaba sobre ella, su corazón encontró algo de paz y felicidad en la compañía de sus nuevos amigos. Cada día, mientras los enanitos se iban a trabajar en la mina, Blancanieves se quedaba en casa, cuidando de todo y preparando la cena para cuando regresaran.

Una mañana, mientras los enanitos se preparaban para salir, el más viejo de ellos le advirtió con preocupación:

"Recuerda, Blancanieves, no abras la puerta a nadie. Tu madrastra puede estar buscándote."

"No os preocupéis, seré muy cuidadosa," respondió ella con una sonrisa, aunque su corazón latía con un poco de miedo.

Sin embargo, la reina en el castillo, después de consultar a su espejo mágico y descubrir que Blancanieves aún vivía, había urdido un plan malévolo. Se disfrazó de una anciana vendedora y preparó una manzana envenenada, la cual estaba partida por la mitad, siendo sólo una de las partes venenosa.

Caminando hacia la casita en el bosque, la reina llamó a la puerta.

"Manzanas hermosas y frescas a la venta," gritó con una voz arrugada y débil.

Blancanieves, al ver a la anciana a través de una ventana, se sintió compadecida y se acercó a la puerta, recordando las palabras de advertencia de los enanitos.

Sin embargo, la curiosidad y la bondad de su corazón la llevaron a abrir un poco la puerta.

"Buenos días, señora. ¿Qué vende?" preguntó Blancanieves, asomándose con cautela.

"Solo manzanas, mi querida, las más jugosas del bosque," respondió la reina, mostrando la cesta llena de frutas rojas y brillantes.

"Prueba una, te aseguro que son las mejores que jamás probarás."

La anciana le ofreció una manzana, pero algo en su interior hizo que Blancanieves dudara. Recordó las palabras de advertencia de los enanitos, y por un momento, su mano se detuvo en el aire.

"¿Puedo confiar en esta mujer?" pensó. Pero la mirada inocente de la anciana y su propia naturaleza confiada la hicieron bajar la guardia.

La reina cortó la manzana en dos, comiendo la mitad no envenenada ante los ojos de Blancanieves para ganarse su confianza.

"Ves, son completamente seguras,"

"Solo un pequeño bocado no hará daño", se dijo a sí misma mientras mordía la manzana.

Sin sospechar el engaño, Blancanieves mordió la manzana y, al instante, cayó al suelo, sumida en un profundo sueño causado por el veneno. La reina, al verla caída, soltó una risa malévola y se alejó rápidamente, creyendo que finalmente había triunfado.

Al atardecer, cuando los enanitos regresaron, encontraron a Blancanieves en el suelo, sin signos de vida. Desesperados, al no encontrar nada visible que pudiera haber causado su estado, decidieron hacer una caja de cristal para mantenerla a la vista, esperando algún milagro.

"No podemos enterrarla, sigue siendo tan hermosa como siempre," dijo uno de los enanitos, mientras las lágrimas llenaban sus ojos.

Colocaron el ataúd en un claro del bosque, y cada día uno de ellos se quedaba cerca, guardando vigilia.

Un día, un príncipe que cazaba en el bosque encontró la extraña escena y se acercó al ataúd, maravillado por la belleza de Blancanieves. Al saber la historia de los enanitos, se sintió profundamente conmovido.

"Por favor, dejadme llevarla a mi castillo. Cuidaré de ella como si fuera el mayor de los tesoros," rogó el príncipe.

Los enanitos, viendo la sinceridad en sus ojos, accedieron. Durante el transporte, uno de los sirvientes del príncipe tropezó, causando que el trozo de manzana envenenada se saliera de la garganta de Blancanieves. Ella despertó, confundida pero viva.

"¿Dónde estoy? ¿Qué ha pasado?" preguntó, mirando a su alrededor.

"Estás a salvo conmigo," respondió el príncipe con una sonrisa aliviada.

Blancanieves y el príncipe regresaron al castillo, donde no tardaron en celebrar su boda.

Al enterarse de que Blancanieves vivía y se preparaba para su boda, la reina sintió como si su propio reflejo en el espejo se desvaneciera. La envidia la devoraba desde dentro, y pronto su belleza comenzó a marchitarse. Día tras día, su mirada se tornaba más vacía, hasta que, olvidada por todos, incluso por su amado espejo, murió en silencio, sin nadie a su lado para lamentarla.

Blancanieves y el príncipe vivieron felices por siempre, recordando siempre a los valientes enanitos que habían sido más que familia para ella. El reino prosperó bajo su bondadoso reinado, lleno de paz y justicia para todos.

Y esto es todo de momento,

Hasta el próximo cuento.