Caperucita roja
Había una vez, en un pueblo rodeado de extensos bosques y prados verdes, una niña llamada Caperucita Roja.
Este apodo venía de una bonita caperuza de terciopelo rojo que su abuela le había regalado y que ella no se quitaba nunca, porque le encantaba cómo le quedaba.
Una soleada mañana de primavera, la madre de Caperucita, mientras terminaba de hornear una tarta de manzana, llamó a su hija.
—Caperucita, quiero que lleves esta tarta y un poco de miel a tu abuela. Me han dicho que se siente un poco pachucha y seguro que esto le alegra el día.
—Claro, mamá, iré enseguida.
respondió Caperucita, emocionada por la misión que le habían encomendado.
—Recuerda, hija, no te desvíes del camino y ve directamente a casa de tu abuela. El bosque es muy bonito, pero también es fácil perderse en él. Y no hables con desconocidos.
—Lo haré todo bien, mamá.
—dijo Caperucita mientras besaba a su madre antes de salir.
Caperucita empezó su camino hacia la casa de la abuela, disfrutando del cálido sol y del canto de los pájaros.
No había caminado mucho cuando, de entre los árboles, apareció un lobo. Era grande y de pelo gris, pero su voz era suave y amigable.
—Buenos días, Caperucita Roja. —
Saludó el lobo con una sonrisa que parecía inofensiva.
—¡Hola!
—respondió ella, recordando inmediatamente el consejo de su madre, pero no queriendo parecer descortés con el desconocido.
—Qué hermosa mañana, ¿verdad?
—comentó el lobo, acercándose lentamente—.
- ¿A dónde te diriges tan alegre?
—Voy a casa de mi abuela
Respondió Caperucita
— Está un poco enferma y le llevo una tarta y miel para que se sienta mejor.
—¡Qué nieta tan considerada eres!
—dijo el lobo, fingiendo admiración
— Y, dime, ¿dónde vive tu abuela?
—En una casita al otro lado del bosque, más allá del viejo molino
—respondió Caperucita, sintiéndose tranquila por la conversación amistosa.
El lobo frunció el ceño, calculando rápidamente sus próximos pasos, pero mantuvo su tono amable.
—¿Sabes qué? Parece que ambos vamos en la misma dirección. Se me ocurre algo para hacer más entretenido el camino: ¿qué te parece si hacemos una carrera hasta la casa de tu abuela? Tú puedes seguir este bonito sendero y yo iré por... otro camino que conozco. Así veremos quién llega primero. ¡Será divertido!
Caperucita, quien amaba los desafíos y no sospechaba nada, aceptó con entusiasmo.
—¡Está bien! Que gane el mejor
—dijo con una sonrisa, emocionada por la idea.
El lobo, ocultando su alegría maliciosa, se internó rápidamente en el bosque, mientras Caperucita continuaba su paseo distraída por las flores y los pequeños animales que encontraba a su paso. Sin saberlo, había aceptado un reto que pondría a prueba su obediencia y su astucia.
Mientras Caperucita Roja se demoraba en su paseo, maravillándose con las mariposas y recogiendo flores silvestres, el lobo, que conocía muy bien cada atajo del bosque, corría con rapidez hacia la casa de la abuela.
Sus patas se movían ágiles y silenciosas sobre la hojarasca, y en poco tiempo, llegó a su destino.
La pequeña casa de la abuela estaba justo al final del sendero, rodeada de grandes robles y con una chimenea que soltaba un hilo de humo. El lobo, con una sonrisa maliciosa, se acercó sigilosamente a la puerta y llamó suavemente.
-¿Quién es? —
se oyó desde dentro una voz débil y cansada.
El lobo, haciéndose pasar por Caperucita lo mejor que pudo, mintió diciendo que traía tarta y miel de su madre.
—Oh, querida, estoy en cama y no puedo levantarme. Solo tira de la cuerda junto a la puerta y entra.
El lobo, sin perder tiempo, abrió la puerta y entró con sigilo. Allí encontró a la abuela acostada en su cama. Sin darle tiempo a reaccionar, el lobo la cubrió rápidamente con una manta y la escondió en el armario.
Luego, con mucha astucia, se puso algunas de sus ropas y su gorro de dormir, y se acostó en la cama, cubriéndose hasta la nariz con las sábanas.
No mucho después, Caperucita Roja, con su canasta ahora llena de flores y los regalos para su abuela, llegó finalmente a la casita, un poco cansada pero feliz por el hermoso día que estaba pasando.
Al ver la puerta entreabierta, se sintió un poco extrañada, pero pensó que su abuela podría haberse levantado y no cerró bien.
—¡Abuela, ya estoy aquí! —
exclamó alegremente mientras entraba.
El lobo, desde la cama, modificó su voz para sonar débil y enfermiza.
—Pasa, querida, estoy en la cama. Déjame ver qué me has traído.
Caperucita se acercó con cautela a la cama, sintiendo algo raro en el ambiente. La habitación estaba más oscura de lo habitual y había un extraño olor en el aire.
—Abuela, ¿estás bien? Te noto la voz muy rara.
—Sí, querida, es solo un resfriado. Ven aquí y dame un beso.
Caperucita se acercó un poco más y entonces notó algo extraño en la figura que yacía en la cama.
—Abuela, ¿por qué tienes las orejas tan grandes?
—Son para oírte mejor, mi niña.
—Y esos ojos, ¿por qué los tienes tan grandes?
—Son para verte mejor, querida.
Caperucita comenzó a sentir un miedo creciente, cada detalle comenzaba a ser más alarmante.
—Pero abuela, ¡qué dientes tan grandes tienes!
—¡¡¡Para comerte mejor!!!
En ese instante, el lobo saltó de la cama, revelando su verdadera forma.
Caperucita Roja dio un grito de terror y retrocedió rápidamente hacia la puerta. El lobo avanzó hacia ella, pero en ese preciso momento, se escuchó un ruido fuera de la casa. El cazador del pueblo, alertado por los gritos, se aproximaba rápidamente.
Caperucita Roja, paralizada por el miedo, apenas podía creer lo que veían sus ojos. El lobo, ahora completamente revelado en su forma temible, se acercaba a ella con una sonrisa malvada.
Pero antes de que pudiera hacer algo más, la puerta se abrió de golpe y apareció el cazador del pueblo, alertado por los gritos de la niña.
—¡Alto ahí, bestia malvada! —
gritó el cazador, levantando su escopeta.
El lobo, sorprendido y asustado, se detuvo en seco y miró hacia la puerta, calculando si tenía alguna oportunidad de escapar.
—¡Caperucita, corre hacia mí!
—exclamó el cazador.
Sin dudarlo, Caperucita corrió hacia los brazos seguros del cazador, quien rápidamente la puso detrás de él.
—Vamos, cazador, no tienes por qué terminar conmigo. Podemos arreglar esto de otra manera.
—¡Silencio lobo! —
replicó el cazador con firmeza—
—No dejaré que lastimes a nadie más.
El cazador tomó una decisión drástica para garantizar la seguridad de todos en el futuro.
—No puedo dejar que vuelvas a ser una amenaza.
—dijo el cazador con seriedad.
Con un movimiento rápido y seguro, el cazador levantó su escopeta y apuntó directamente al corazón del lobo. A pesar de los jadeos lastimeros del lobo, sabía que no podía arriesgarse a que este volviera a causar daño. Con un disparo certero y decisivo, puso fin a la amenaza que el lobo representaba. El cuerpo del lobo cayó al suelo, y el bosque pareció volver a respirar en paz.
Caperucita, aún temblando, se acercó a la cama y recordó a su abuela.
—Mi abuela, ¿dónde está?
El cazador, comprendiendo que aún había más por hacer, se acercó al armario y lo abrió con cuidado. Allí estaba la abuela, asustada pero ilesa.
—Caperucita, querida, gracias a Dios estás bien. —
dijo la abuela mientras salía del armario con la ayuda del cazador.
—Gracias por salvarnos, señor cazador. —
dijo la abuela, abrazando a Caperucita.
—Recuerda, Caperucita, nunca te desvíes del camino y no hables con desconocidos.
Dijo el cazador.
—Lo recordaré.
Caperucita y su abuela disfrutaron juntas de la tarta y la miel, agradecidas por el valiente rescate y la lección aprendida.
Caperucita, ahora más sabia, prometió que nunca más ignoraría los consejos de su madre.
Y esto es todo de momento,
Hasta el Próximo Cuento