Imagen de portada del cuento "El Soldadito de Plomo", de Hans Christian Andersen
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El Soldadito de Plomo

🎖️🔥 El Soldadito de Plomo: Descubre este emotivo cuento de Hans Christian Andersen. Un valiente soldadito de juguete, con un solo pie, vive un viaje lleno de peligros por amor a una bailarina de papel. A través de fuego y agua, demuestra que la verdadera fuerza está en el corazón. Lee, mira o escucha esta historia clásica, ideal para compartir en familia y reflexionar sobre la perseverancia. 💔🌊
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El soldadito de plomo

Érase una vez un grupo de veinticinco soldaditos de plomo que eran todos hermanos, porque habían sido creados a partir de la misma vieja cucharada de plomo fundido. Todos ellos eran valientes y llevaban su uniforme con orgullo.

En el momento en que la tapa de la caja en la que llegaron se abrió por primera vez, lo primero que escucharon fue la voz emocionada de un niño que gritaba:

-¡Soldaditos de plomo!

Era el cumpleaños del pequeño Jaime, y los soldaditos eran su regalo. Con entusiasmo, los colocó cuidadosamente sobre la mesa, uno al lado del otro.

Todos los soldaditos parecían idénticos excepto uno, que tenía una sola pierna.

Había sido el último en ser moldeado y no quedó suficiente plomo para hacerle dos piernas, pero eso no le impedía mantenerse tan erguido como sus compañeros.

En la misma mesa había muchos otros juguetes, pero entre todos destacaba un precioso castillo de papel con pequeñas ventanas a través de las cuales se podían ver elegantes salones.

Alrededor del castillo, pequeños árboles de papel rodeaban un lago de espejo, donde cisnes de cera nadaban graciosamente.

Pero entonces... algo atrapó la atención del soldadito. En la puerta del castillo, inmóvil como una visión, había una bailarina de papel. Su vestido era de la más delicada muselina, y sobre sus hombros caía una cinta azul que parecía brillar con su propio resplandor.

El soldadito no podía apartar la vista. La luz hacía que ella brillara... como si fuera magia.

La bailarina estaba en una pose de baile, con un brazo extendido hacia arriba y una pierna levantada tan alto que parecía que también tenía una sola pierna. El soldadito, observándola, pensó para sí:

-Ésta es la mujer que podría ser mi esposa. ¡Pero es tan distinguida y vive en un castillo tan bonito!

Con mucho cuidado, se deslizó detrás de una caja de rapé para poder admirarla sin ser visto. Desde allí, la contempló durante horas. La bailarina permanecía sobre la punta de su pie, tan inmóvil y perfecta que parecía una princesa de verdad.

Cuando cayó la noche, todos los juguetes fueron guardados de nuevo en sus cajas, y la familia se fue a dormir. Entonces comenzó la verdadera aventura para los juguetes.

Se oían risas y susurros mientras los soldaditos charlaban entre ellos, un cascanueces hacía piruetas, y un pizarrón se llenaba de dibujos. Pero nuestro valiente soldadito de plomo solo tenía ojos para la bailarina, que seguía tan elegante y tranquila como siempre.

En medio de la oscuridad y el silencio, solo el tictac del reloj llenaba la habitación.

Justo cuando el reloj marcó las doce, sucedió algo inesperado. Una caja de rapé que estaba cerca del soldadito se abrió de golpe, y de ella salió un duende travieso que no parecía contento:

-¡Soldadito de plomo! ¿Quieres dejar de mirar lo que no te importa?

El soldadito, firme y sin miedo, no respondió. El duende, molesto, le advirtió:

-¡Está bien, ya verás mañana!

Pero el valiente soldadito solo tenía ojos para la bailarina, y no se dejó intimidar por las palabras del duende. La noche pasó lentamente, y todos los juguetes, incluido el soldadito, esperaban con ansias el nuevo día.

A la mañana siguiente, algo muy extraño sucedió. Mientras Jaime y su hermana Sofía jugaban cerca de la ventana, de repente se abrió por un fuerte golpe de viento.

El soldadito de plomo estaba peligrosamente cerca del borde. De repente... ¡el viento sopló con fuerza! Y sin poder hacer nada, el soldadito perdió el equilibrio... y cayó. Cayó de cabeza... desde lo alto de la ventana.

-¡Oh no! 

-gritó Sofía, corriendo hacia la ventana.

Pero ya era demasiado tarde. El soldadito de plomo había caído desde el tercer piso y aterrizó con la pierna en alto, clavando su bayoneta entre los adoquines de la calle. Jaime y Sofía bajaron corriendo para buscarlo, pero por más que miraron, no pudieron encontrarlo.

-Si al menos pudiera gritar, nos diría dónde está

-dijo Jaime mirando alrededor.

Pero el soldadito de plomo, siempre valiente y serio, pensó que no estaría bien gritar estando de uniforme, así que se quedó en silencio, esperando ser encontrado.

Mientras tanto, el cielo se oscureció y empezó a llover fuertemente. El agua caía en torrentes, arrastrando todo a su paso. Justo cuando la lluvia cesó, un niño y una niña que pasaban por allí vieron al soldadito tirado en el suelo.

Rápidamente hicieron un pequeño barco con un periódico viejo y colocaron al soldadito en él. Lo pusieron en el arroyo que corría por la calle, y el barco comenzó a navegar con el soldadito a bordo.

Los niños, viendo navegar al soldadito, aplaudían y exclamaban entusiasmados.

El arroyo se había vuelto un torrente por la lluvia reciente, y las olas empujaban el barco de papel arriba y abajo. Aunque el soldadito sentía vértigos, se mantuvo firme, con la mirada al frente y el fusil bien sujeto.

De pronto, el barco de papel se acercó a una boca de alcantarilla que tragó al valiente soldadito y su frágil embarcación. Dentro de la oscuridad de la alcantarilla, el soldadito de plomo se preguntaba:

-¿Dónde iré a parar ahora? Seguro que el duende tiene algo que ver con esto.

Entonces, en la penumbra, apareció una enorme rata de agua, que bloqueaba el camino.

-¿Tienes pasaporte?

-gritó la rata con voz amenazadora.

-¡A ver, muestra el pasaporte!

El soldadito, sin una palabra, apretó aún más su fusil y siguió adelante mientras la corriente arrastraba el barco cada vez más rápido. La rata lo seguía de cerca, chillando y gruñendo:

-¡Detenedle! ¡No ha pagado el peaje, ni mostrado el pasaporte!

Pero el barco seguía su curso, y poco después, el soldadito de plomo empezó a ver luz al final del túnel. Al mismo tiempo, escuchaba un ruido ensordecedor que lo asustaba más que la propia oscuridad. Estaba llegando al final de la alcantarilla, que desembocaba en un gran canal.

Era un lugar tan peligroso como una catarata gigante para el pequeño soldadito.

El barco se movía cada vez más rápido, y justo cuando parecía que iba a zozobrar, el soldadito vio el cielo abierto delante de él y supo que no podía hacer nada más que mantenerse firme.

El barco de papel, ya casi deshecho por el agua, salió disparado del final de la alcantarilla y cayó al gran canal con un chapoteo. El pobre soldadito de plomo se mantuvo firme, aunque el agua le llegaba al cuello.

La corriente era tan fuerte que el barco comenzó a llenarse de agua y a hundirse lentamente. El soldadito, siempre valeroso, no mostraba miedo.

-¡Adelante, valiente guerrero!

-se dijo a sí mismo, recordando una vieja canción de sus días de fundición.

De repente, un enorme pez, atraído por el brillo del soldadito, lo engulló de un bocado. Dentro del estómago del pez, todo estaba oscuro y apretado. El soldadito se mantenía erguido, su fusil aún al hombro, mientras el pez nadaba y se retorcía.

No pasó mucho tiempo antes de que el pez fuera capturado y llevado al mercado, donde un pescadero lo vendió a una familia local.

En la cocina de esa casa, la cocinera cortó el pez y, para su sorpresa, encontró al valiente soldadito de plomo dentro.

-¡Vaya, un soldadito de plomo!

-exclamó la cocinera.

-¡Debe de ser muy especial para haber sobrevivido dentro de un pez!

Con cuidado, la cocinera llevó al soldadito de vuelta al salón, donde había estado antes. Jaime y Sofía estaban allí, y no podían creer que su soldadito hubiera regresado de una aventura tan increíble.

-¡Es nuestro soldadito!

-gritó Jaime emocionado.

-¡Ha vuelto!

Colocaron al soldadito sobre la mesa, donde estaba el castillo de papel y, por supuesto, la pequeña bailarina aún estaba allí, en la misma pose elegante con una pierna en el aire. El soldadito no podía apartar sus ojos de ella; parecía que ella tampoco podía dejar de mirarlo.

De repente, un golpe de viento provocado por la apertura de una puerta hizo que la bailarina de papel volara hacia la chimenea, justo donde estaba el soldadito.

Jaime intentó atraparla, pero fue demasiado tarde.

-¡Oh no!

-gritó Sofía.

El viento los arrastró sin piedad... y en un solo instante, el soldadito y la bailarina cayeron... juntos... en las llamas de la chimenea. Las llamas se elevaron, envolviéndolos por completo, mientras sus cuerpos comenzaban a desvanecerse.

Pero en ese momento, más allá de las llamas... su amor y su destino quedaron unidos para siempre, en un resplandor brillante.

Al día siguiente, cuando la cocinera limpió la chimenea,encontró algo extraordinario entre las cenizas: un pequeño corazón de plomo. De la bailarina, solo quedaba la lentejuela, ahora oscurecida por el fuego.

-¿Ves, Sofía?

-dijo Jaime, mirando el pequeño corazón.

-Ellos siempre estarán juntos, incluso ahora.

Sofía asintió, con lágrimas en los ojos pero con una sonrisa.

-Sí, juntos en el corazón

-susurró.

Y así, la valiente historia del soldadito de plomo y su querida bailarina quedó grabada en sus corazones para siempre.

Y esto es todo de momento,

Hasta el Próximo Cuento.