Imagen de la portada del cuento infantil, El traje nuevo del emperador, con el rey en su atuendo invisible
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El traje nuevo del Emperador

👑🧵 El Traje Nuevo del Emperador de Hans Christian Andersen: Un emperador vanidoso es engañado por dos falsos tejedores, quienes le prometen un traje mágico invisible para los ineptos. Temiendo ser juzgados, nadie admite no ver el traje. En un desfile, la verdad es revelada de forma inesperada. Un clásico sobre honestidad y la presión social, ideal para todas las edades . ✨🪡
👑🧵 El Traje Nuevo del Emperador de Hans Christian Andersen: Un emperador vanidoso es engañado por dos falsos tejedore...
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El traje nuevo del emperador

Hace mucho tiempo, aunque no creas que tanto, había un Emperador que tenía tanta afición por los trajes nuevos, que era capaz de gastar todo su dinero con tal de vestir elegantemente.

Tenía un vestido distinto para cada hora del día, y de la misma manera que se dice:

"el emperador está reunido con el consejo,"

de este se decía:

"El Emperador está en el vestidor real."

- Creo que es esta la capa idónea para la corona de los lunes, Fredo. Estoy seguro de que conjuntarán estupendamente.

El emperador hablaba con su súbdito de confianza, mientras unos sirvientes le ponían una larga capa.

- Majestad, una vez más, habéis acertado. ¡Qué gran elección! Os queda tan bien que cualquiera…

- ¡No! No me convence. No es el tono para un día tan espléndido como el de hoy.

- Es exactamente lo que os iba a decir.

- Sin lugar a duda no es una capa apropiada para…

- Me pondré la roja.

Y antes de que Fredo pudiera decir nada, el emperador ya estaba posando frente al espejo como un pavo real.

No se interesaba por sus soldados ni por el teatro, ni le gustaba salir de paseo por el campo.

A menos claro, que fuera para lucir sus trajes nuevos.

- ¡PRESENTAD ARMAS!

Ordenó el capitán a sus soldados en el patio del palacio, ante la llegada del emperador. Este comenzó a caminar de forma ceremoniosa, mientras sus soldados hacían halagos a su vestimenta.

- ¡Qué gran traje majestad!

- Ese brillo es exquisito, digno de la realeza.

- Jamás vio este reino una elegancia tan sublime.

- Eehh… perdón majestad… su traje es muy bonito…

- Enhorabuena Capitán, todo parece en orden.

La ciudad en la que vivía el Emperador era muy alegre y bulliciosa. Todos los días llegaban a ella muchísimos extranjeros, ya que el comercio textil atraía a todo tipo de personajes de todas las partes del mundo.

Un día, se presentaron dos estafadores que se hacían pasar por hábiles tejedores, asegurando que sabían tejer las más maravillosas telas.

Uno era más mayor, quien se hacía pasar por un gran maestro tejedor, mientras que el joven, sería un aprendiz de sastrecillo.

- Hemos viajado más allá de los mares conocidos, hilando con hilos invisibles lo que solo los dignos pueden ver. Donde otros ven vacío, nosotros vestimos la verdad desnuda.

- ¡El arte de mi maestro no tiene parangón!

Nuestras telas le valen a cualquiera, ¡pero no son aptas para todos los bolsillos!

Tal fue el asombro de la ciudad, que el Emperador en persona quiso conocer a estos dos supuestos tejedores, haciéndolos llamar a su presencia en el salón del trono.

- …los más maravillosos colores que jamás hayáis visto.

Decía el maestro tejedor con una mezcla de misterio y pompa.

- Pero eso no es todo. Cuando las vean vuestros súbditos, dirán que nunca vieron NADA igual. Y si no lo dicen, es porque no merecen NADA el cargo que ostentan, y por tanto tampoco ver las prendas.

murmullos.

“Qué habrá querido decir”

“Parece algo increíble...”

Pero ninguno se atrevió a preguntar.

- Por tanto

Dijo el joven aprendiz.

- estas telas tan especiales solo las pueden ver aquellas personas que son aptas para el cargo que desempeñan.

Quienes no las vean, o son irremediablemente estúpidos o no valen para el cargo que tienen.

Todos quedaron sorprendidos y maravillados ante las increíbles propiedades de aquellas telas.

El Emperador se dirigió en privado a su súbdito Fredo.

- ¡Deben de ser vestidos magníficos!

- Si los tuviese, podría averiguar qué funcionarios del reino son ineptos para el cargo que ocupan.

Podría distinguir entre los inteligentes y los tontos.

- Eso… sería muy… útil, majestad.

- ¡Que se pongan a tejer en seguida!

¡Que se les pague lo que haga falta!

Quiero un nuevo traje con esas increíbles telas.

Los dos estafadores montaron un telar y simularon que trabajaban. Sin embargo, no tenían nada en la máquina.

Pidieron las sedas más finas y el oro de mejor calidad, que se guardaban para ellos en lugar de usarlas para las prendas. Mientras, seguían haciendo como que trabajaban en los telares vacíos hasta muy entrada la noche.

En cierto momento el emperador, impaciente, se dirigió a su súbdito Fredo.

- Me gustaría saber cómo van con las telas. Les he dado el mejor oro y las mejores sedas, debe de ser lo más precioso que se haya visto nunca.

- Claro majestad, avisaré a los tejedores de que acudiréis...

- ¡No! Quiero decir… me gustaría saber la opinión de alguien de confianza primero... ya sabéis, por tener una opinión objetiva.

Quiero que vayáis y que me digáis que pensáis sobre las telas.

- Eeh… Majestad... yo... no sé si tendré la opinión más objetiva. A fin de cuentas, paso mucho tiempo con vos...

Si me permitís un consejo Majestad, le recomendaría mandar a su viejo ministro de comercio.

Es un hombre honrado y el más indicado para juzgar de las cualidades de la tela. Además, tiene talento, y no hay quien desempeñe el cargo como él, por lo que al igual que yo, podrá ver la tela.

El emperador quedó convencido, y finalmente el viejo ministro se presentó en el improvisado taller de los dos embaucadores, que seguían trabajando con los telares vacíos.

“¡Dios nos ampare!” “¡No veo nada de las telas! ¡Ni si quiera una hebra!”

Pensó el ministro mientras abría los ojos como platos.

- No se quede ahí en la puerta, buen ministro. Los detalles más exquisitos de nuestra obra se aprecian mejor de cerca.

“¿Seré tonto? Qué manera de enterarme. Nadie puede saberlo”

- ¿No tenéis nada que decir, señor ministro?

Preguntó el joven aprendiz.

- ¡Oh… es… precioso, maravilloso!

El viejo ministro respondió mientras miraba a través de sus lentes

- ¡Qué dibujo! ¡Qué colores! ¡Qué bordados de oro!

- Los bordados son azules, ministro.

- ¡Ah! Es cierto.

- Es que… soy algo daltónico.

¿Sabéis?

Le diré al Emperador que me ha gustado mucho.

- No esperaba menos de un caballero con un gusto como el suyo, ministro.

- Permitidme explicaros todos los detalles de esta obra maestra de mi tutor, ministro.

Se adelantó el joven sastre, mientras comenzaba a señalar aquí y allá el telar vacío, describiendo el raro dibujo y todos los colores que había en él.

El ministro puso mucha atención a cada detalle que decía, memorizándolo para poder repetirlo al emperador.

Este, tras la detallada explicación del ministro, quedó satisfecho. Por eso, no tuvo ningún problema en dar el dinero, el oro y la seda que los dos estafadores pedían para poder seguir trabajando.

Todo ello fue a parar a sus bolsillos, ya que no tenían la menor intención de coser nada real.

Poco después el emperador mandó a Fredo, quien, nervioso, no le quedó más remedio que ir a inspeccionar la tela.

- ¿Alguna vez visteis, Fredo, amigo mío, una tela tan magnífica?

Le dijo el maestro mientras lo agarraba del brazo, y lo llevaba al telar vacío.

“¡No veo la tela!

“¿Será que soy estúpido? O peor, ¿Será que no valgo para mi puesto?”

- ¿Os habéis quedado sin palabras, no es cierto?

Yo sabía que vos apreciaríais mi arte, sé que tenéis alma de artista.

Fredo, acostumbrado a deshacerse en halagos con el emperador, no tuvo ningún problema en hacerlo esta vez con las telas que no veía, ensalzando aquellos hermosos colores y aquel soberbio dibujo.

Fredo y el ministro hablaban de las bondades de aquellas telas al emperador, quien se moría de ganas por verlo con sus propios ojos, pero disimulaba con una dignidad muy ensayada.

- ¡Qué bordados dorados y qué motivos azules!

- No, eran bordados azules y motivos dorados.

- ¡Ah, es cierto! Bordados azules y motivos dorados.

Poco después, todos los que pudieron verla hablaban de la magnífica tela, ensalzando de una u otra manera los detalles que los tejedores habían dado. Los más audaces, se atrevían a dar precisiones que solo ellos habían visto.

Finalmente, el emperador se decidió por verla antes de que la sacaran del telar. Fue al lugar donde trabajaban sin hebras ni hilos el tejedor y su aprendiz, seguido por un grupo de súbditos y funcionarios escogidos.

- ¿Verdad que es admirable?

Le preguntaron al emperador.

- Fijaos Vuestra Majestad en estos bordados azules y esos motivos dorados.

Decían, señalando al telar vacío, creyendo que los demás veían la tela.

“¡Qué elegancia!”

“Jamás vi algo igual...”

“Es como... mágico.”

“No veo tela alguna.”

Pensó.

- Qué significa esto.

- Toda la corte hablaba de una tela magnífica.

Pero yo no la veo.

Lo que veo es que no hay tela alguna… ¡que pueda comparársela!

¡Enhorabuena, tejedores!

- ¡La apruebo!

Todos los presentes asentían ante la afirmación de su soberano.

- ¡Estrenad el vestido, majestad! Será muy adecuado para la procesión que tendrá lugar próximamente.

El emperador dio a cada uno de los embaucadores una condecoración, y los nombró tejedores imperiales.

Durante toda la noche que precedió al día de la fiesta, maestro y aprendiz estuvieron levantados, con las lámparas encendidas, para que cualquiera que las viese, pensara que trabajaban activamente.

Finalmente, los embaucadores se decidieron a quitar la tela del telar, cortarla con grandes tijeras y coserla con agujas y sin hebra.

Para ese gran momento, supuestos expertos en el asunto decían cosas como:

- ¿Habéis visto cómo trabajan?

- ¡Qué forma de cortar, es magnífico! Déjame explicarte por qué…

- Ya lo creo que es un maestro. Y el joven sastrecillo tiene un futuro prometedor…

Al fin, terminaron el traje.

Acudieron al vestidor del emperador, levantando los brazos como si sostuvieran algo.

- Esto son los pantalones. Mi aprendiz lleva la casaca.

Y aquí, la joya de la corona, el manto real.

Se oyeron unas expresiones de asombro, un tanto tardías.

- Son tan ligeras las prendas como las telas de una telaraña. Cualquiera sentiría no llevar nada sobre el cuerpo, una de las extraordinarias virtudes de esta tela.

Más asombro.

- ¿Quiere dignarse Vuestra Majestad a quitarse el traje que lleva para que podamos vestiros el nuevo delante del espejo?

Se quitó el Emperador sus prendas, y los dos simularon ponerle las piezas del vestido nuevo. Y cogiendo al Emperador por la cintura, hicieron como si le ataran un cinturón.

El emperador se miraba en el espejo, dando vueltas desnudo, como si llevara ropas que contemplar.

- ¡Qué bien le sienta, majestad!

- Le va estupendamente.

En ese momento el maestro de ceremonias entró anunciando que el palio bajo el cual iría su majestad durante la procesión aguardaba en la puerta.

- Muy bien, estoy preparado.

Una vez bajo el palio, comenzó a desfilar por las calles, seguido de su séquito.

Las imaginarias virtudes de la tela comenzaron a comentarse por la gente en la calle y desde los balcones.

“Qué bordados azules y qué motivos dorados”

“Fijaos en esas formas tan elaboradas, son como estrellas”

“Pero muchas tienen un final alargado, ¡son estrellas fugaces!”

“¡Sí, en efecto, ya lo veo!”

Al final, el traje viajaba de boca en boca, pareciendo cada vez más real, pero solo en la imaginación del pueblo, ya que el Emperador seguía desnudo.

Nadie quería permitir, que los demás se dieran cuenta de que eran incapaces o estúpidos.

- ¡Pero si no lleva nada!

Ha dicho que no lleva nada

El niño tiene razón.

- No lleva nada.

- ¡Pero si no lleva nada!

- ¡Va desnudo!

Entendió el emperador que el pueblo decía la verdad, que por fin había salido a la luz.

Sin embargo, decidió seguir con el desfile hasta el final, con sus ayudantes de cámara sosteniendo la cola del traje inexistente.

Mientras, el pueblo reía, sabiendo que el emperador realmente estaba desnudo, y que no había ningún traje invisible.

Fredo, el ayudante del rey, vio cómo los dos pillos cogían el oro y las sedas que les había dado el rey. Pero en lugar de pararles los pies, les dijo jactándose:

- ¿Sabéis? Yo ya sabía que el traje era falso.

- ¿No sois vos el ayudante del rey? 

¡De poca ayuda le habéis servido!

- Pues va a ser cierto que el traje podía mostrarnos a los ineptos y a los estúpidos.

- ¿Qué? ¿Qué queréis decir?

Creo que me voy a tomar unas vacaciones.

- No, esperad un momento... ¡No os podéis ir así!

Y aquel día todos entendieron, hasta el propio emperador, que la verdad, dicha sin miedo, viste mejor que el más lujoso de los trajes.

Y eso es todo, de momento.

Hasta el próximo cuento.