Fábulas
El pastor mentiroso: la fábula de Pedro y el lobo
En una aldea tranquila, vivía un joven pastor encargado de vigilar las ovejas del pueblo. Tenía la costumbre de sentarse bajo un robusto olivo mientras sus ovejas pastaban, y a veces, se aburría tanto que se entretenía inventando travesuras.
Una tarde, decidió poner a prueba a sus vecinos. Se levantó de un salto y gritó con todas sus fuerzas:
—¡Socorro, un lobo! ¡Venid a ayudarme!
Al instante, los aldeanos corrieron colina arriba, llenos de preocupación. Al llegar, encontraron al pastor riendo a carcajadas mientras las ovejas pastaban tranquilamente. Los habitantes regresaron a sus casas, molestos por el engaño.
Días más tarde, el pastor volvió a gritar:
—¡Socorro, un lobo!
De nuevo, la gente subió la colina. Pero, una vez más, todo era una farsa. La tercera vez, sin embargo, apareció realmente un lobo hambriento. El pastor sintió un terror enorme y gritó:
—¡Socorro, un lobo de verdad! ¡Ayudadme!
Pero nadie acudió, pues ya no le creían. El lobo atacó a las ovejas y el pastor quedó desconsolado.
Cuando se falta a la verdad repetidamente, la gente deja de confiar en uno. La honestidad siempre es el mejor camino.
El león y el ratón
Bajo el calor de un sol radiante, un león descansaba a la sombra de un gran baobab. Cerca de allí, un pequeño ratón correteaba buscando migajas.
Sin querer, el ratón pasó sobre una de las patas del león, despertándolo. Indignado, el león atrapó al ratón entre sus garras.
El ratón suplicó con voz temblorosa:
—Por favor, señor león, déjame ir. Algún día podría devolverte el favor.
El león se rió con un rugido suave. ¿Cómo iba un ratoncito débil a ayudar a un poderoso rey de la selva? Aun así, decidió mostrar clemencia y lo dejó libre.
No pasó mucho tiempo cuando el león quedó atrapado en una trampa de cazadores. Aun siendo fuerte, no lograba zafarse de las gruesas cuerdas. Su furioso rugido resonaba en la sabana. El ratón, que merodeaba por ahí, reconoció al león y fue en su ayuda. Rápidamente, con sus diminutos dientes, mordisqueó las sogas hasta liberarlo.
El león comprendió con gratitud que incluso la criatura más pequeña puede ofrecer una gran ayuda.
Nunca subestimes a nadie; hasta el amigo más humilde puede tenderte una mano cuando más lo necesites.
El lobo y el perro
En un sendero polvoriento, un lobo flaco y cansado se encontró con un perro robusto y de pelaje brillante. El lobo, hambriento, observó con envidia la apariencia bien alimentada del perro.
—¿Cómo es que estás tan saludable? —preguntó el lobo.
El perro respondió con orgullo:
—Mi amo me cuida. Solo debo vigilar su casa, y siempre tengo comida y un lugar cómodo donde dormir.
El lobo contempló esa vida segura y tentadora. Sin embargo, al acercarse al perro, notó que el pelaje de su cuello estaba desgastado.
—¿Qué te ha pasado ahí? —inquirió el lobo con curiosidad.
—Es la marca del collar que uso para no escapar —contestó el perro, bajando un poco la cabeza.
En ese instante, el lobo se estremeció. Comprendió que la seguridad y la comida gratuita no compensaban la pérdida de la libertad. Con paso firme, se despidió del perro y se adentró en el bosque, prefiriendo el riesgo de la vida salvaje a vivir encadenado.
La libertad es un tesoro más valioso que la comodidad. A veces, es mejor vivir con poco que renunciar a lo que realmente nos hace libres.
Y eso es todo, de momento.
Hasta el próximo cuento.