Ilustración cuento la Velita de Sebo Hans Christian Andersen
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La Velita de Sebo

🕯️💡La Velita de Sebo: Lee este cuento inspirado enLa Vela de Sebo, obra perdida de Hans Christian Andersen, redescubierta en 2012 por el historiador Esben Brage en un archivo familiar danés. Una vela sueña con iluminar el mundo, pero olvidada, enfrenta retos hasta hallar su luz interior. Un relato tierno, ideal para familias, disponible en texto, vídeo y audio. ✨📖
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La Velita de Sebo

Un crisol ardiente hacía de cuna para una velita de sebo, que hervía y bullía en su interior. De la cálida cuna salió la velita, alta y esbelta, de una sola pieza y de un blanco deslumbrante. Quienes la vieron entonces, pensaron que tenía un futuro luminoso y esperanzador.

Llena del ansia ardiente por la vida, fue a parar a una casa grande y repleta de recovecos, todo un nuevo y prometedor mundo para la joven velita.

- ¡Qué lugar tan emocionante!

- ¡Estoy ansiosa por descubrir qué me depara el futuro!

Sus primeros días los pasó en la parte alta de la casa: se trataba de un lugar sereno, con mesas elegantes, escritorios ordenados, estanterías donde reposaban libros y juguetes orgullosos de su función.

Cada objeto y cada juguete tenía su lugar y su papel: los libros enseñaban, la caja de música entretenía, y los soldaditos de plomo, vigilaban el buen orden de las cosas.

Todo a su alrededor le auguraba un destino brillante. Sin embargo, ocurrió algo que cambió por completo su buena suerte.

De pronto, un brusco movimiento en la mesa donde estaba hizo que rodara por la superficie. Los objetos y juguetes intentaron ayudarla, pero no la alcanzaron. La velita se precipitó al vacío.

Y la velita, se precipitó al vacío.

- ¿Dónde estoy?

Se preguntó desconcertada. Miró a su alrededor, la velita había caído a la parte baja de la casa.

- Hola, ¿podría ayudarme?

Dijo acercándose a una brújula rota.

- Me he perdido, me caí de una mesa en la que estaba…

- ¿Perdida? ¿Acaso no lo estamos todos?

Interrumpió la brújula.

- Nos pasamos la vida creyendo que vamos en una dirección, para luego descubrir que no nos hemos movido del sitio.

¡Perdidos! ¡Estamos todos perdidos!

Y tras decir esto, salió corriendo en círculos.

- Creo que este ha perdido el norte.

Todos ahí abajo parecían ir de un lado para otro siempre atareados; había zapatos abandonados, libros rotos que se intercambiaban páginas arrancadas, y un tren de juguete que llegaba por unas vías oxidadas y polvorientas.

“Hola ¿podría ayudarme? Necesito volver arriba.”

“Lo siento, pero no puedo.”

El suelo de la casa era un reino caótico y salvaje, completamente diferente a lo que había conocido hasta ahora.

“¿De la parte alta de la casa? Dudo mucho que una vela tan sucia venga de ahí”

Le dijo unas gafas con el cristal resquebrajado.

La velita descubrió con tristeza que habían aparecido algunas manchas en su impoluta piel blanca.

Parecía que nadie tenía tiempo para ayudarla.

“Así que quieres volver ahí arriba. Quizás yo te pueda ayudar.”

Le dijo un guante roto que le había escuchado pedir ayuda a otro objeto. El guante era blanco, usaba un palillo como bastón, y un sombrero de copa.

- Te lo agradezco. Aquí no parece haber nadie que pueda ayudarme.

- Te entiendo. El reino del suelo puede ser un lugar salvaje y caótico. No es apropiado para una vela tan blanca como tú.

La velita se alegró de que alguien apreciara su blancura a pesar de las manchas.

- Tal vez podamos ayudarnos mutuamente. Mis amigos y yo tenemos algunos trabajos que hacer, si nos acompañas, nosotros te llevaremos al lugar donde mereces estar.

Sin dudarlo, la velita aceptó, emocionada por la perspectiva de tener nuevos amigos, y de poder volver a casa.

- Puedes llamarme /// Don guante.

Le dijo, ofreciéndole uno de sus dedos para que lo estrechase.

Don guante le presentó a sus amigos: un sacapuntas que usaba la cuchilla para cualquier cosa excepto para sacar punta, y un reloj de bolsillo averiado.

—Bienvenida a la banda.

Le dijo el reloj.

“En esta casa mandamos los que sabemos aprovechar las oportunidades.”

La velita comenzó a sentir verdaderas esperanzas de haber encontrado su lugar.

Así empezó a tomar parte en las actividades de la banda de Don Guante. La banda la utilizaba para derretir pequeñas porciones de sebo y sellar cajones, atascando puertas y provocando estragos.

Fue olvidando la parte alta de la casa, dedicándose de lleno a cosas que nada tenían que ver con su verdadera naturaleza, buscando en ellas desesperadamente el propósito prometido.

Poco a poco su brillo original se cubría de una costra negruzca, y ella misma, confundida, comenzó a perder la noción de su pureza.

Don guante los llevó al puerto de los zapatos, donde los operarios del betún limpiaban todo tipo de calzados.

- ¡Eh Bob! ¡Baja aquí ese zapato!

- Necesitamos un cordón para el secuestro del tren.

La vela causará un estropicio en los zapatos con su sebo.

- Los operarios tendrán que limpiarlo. Mientras, el sacapuntas aprovechará la distracción para cortar una parte del cordón.

Así se dispusieron a hacerlo, pero en el momento en que la velita iba a marcar de blanco la superficie de los zapatos, descubrió que la capa negra se había extendido por todo su cuerpo y no tenía más blanco visible, por lo que no pudo hacerlo.

- Eres un trasto inútil.

Dijo el sacapuntas.

- ¡Pero…!

- si no puedes ayudarnos, no eres de los nuestros.

- ¡Lárgate!

Los otros objetos le dieron la espalda y se dispusieron a irse.

- ¡ESPERA!

- Me prometiste que me ayudarías a volver arriba.

- ¿Arriba? ¿Tú? Si no eres más que una vela sucia e inútil.

- Jamás te aceptarían.

La velita quedó desconsolada.

La silueta de un nuevo personaje se dibujó frente a ellos. Era un objeto de metal de una sola pieza y algo desgastada, con una tapa con forma de sombrero que a cada paso que daba se abría y se cerraba haciendo un sonido metálico.

- ¿Otra vez con la mano en la masa, Guante roto?

Era Mechero, un solitario y aventurero objeto a quien el guante roto temía. Mechero vagaba de un lado para otro, y conocía cada palmo de aquel caótico mundo.

Para muchos era una leyenda. Para otros, un simple y viejo mechero que encendía los fuegos necesarios, como el del hogar o el de la cocina.

- Mechero...

- ¿Por qué no te metes en tus propios asuntos?

- Me gustaría saber qué te traes en la mano.

Dijo quitándose el sombrero, y con ello encendiendo una llama.

- Hmmm… veo que no has perdido la chispa.

- Lo siento viejo amigo, ya sabes que nunca he tenido mano izquierda para estos asuntos.

Don guante no aguantaba que se rieran de él, y mucho menos que lo llamaran “guante roto”.

- Vámonos. Parece que aquí no somos bienvenidos.

Y tras esto, se marcharon.

- Eh amiga, ¿por qué estás tan desconsolada?

- No sirvo para nada, y ya no me queda nada bueno ni puro.

- No tienes pinta de formar parte de una banda como la del guante roto. ¿Cómo acabaste con ellos?

- Me prometieron que me ayudarían a volver a la parte alta de la casa si les ayudaba, pero no era cierto.

- ¿Sabes? No creo que un poco de suciedad te haga mala velita.

Dijo el Mechero, a quien poco le importaban aquellas manchas.

- Pero dime una cosa, ¿qué es lo que planeaban?

- Decía que debíamos apoderarnos del tren y de su carbón.

Mechero se alarmó al oír esto, y comenzó a soltar chispas.

- ¡El tren! ¡Ese tren abastece a toda la casa!

¡Si se hace con él, será el desastre! ¡Tienes que ayudarme Velita!

La velita le dijo todo lo que sabía acerca de los planes de Guante roto. Y sin perder tiempo se pusieron en camino para impedirlo.

Se encontraban en el vagón de pasajeros del tren, que marchaba a toda velocidad. Por el momento, no habían visto nada raro.

- ¡Allí! ¡Subiendo al vagón del cargamento!

La velita señaló la sombra del sacapuntas que escalaba por uno de los costados del tren.

El mechero y la vela salieron del vagón y subieron al de carga, donde estaba amontonado el carbón.

Con el viento soplándoles y el movimiento del tren agitando los vagones, era muy difícil mantener el equilibrio.

- ¡Pero mira quien ha vuelto!

El sacapuntas estaba detrás de ellos amenazante, con la cuchilla en su mano.

- Te convertiré en pedacitos de vela.

- Rápido, Velita. Tú ve a la locomotora, me temo que Guante roto va hacia allí. Yo me encargaré de este.

La Velita se dirigió hacia el primer vagón mientras el mechero se enfrentaba al sacapuntas.

Justo cuando estaba a punto de llegar, el reloj averiado se interpuso en su camino.

- ¡No aprovechaste a tiempo tu oportunidad, velita!

- Has perdido este tren.

Pero la Velita no se detuvo, sino que se lanzó rodando de costado, golpeando al reloj y lanzándolo por los aires.

- ¡¡AAAAAAAAAHH!!

La velita siguió rodando hasta precipitarse fuera del tren. Sin embargo, en el último momento una mano la cogió del brazo.

- ¡YA TE TENGO!

Era el mechero, quien la ayudó a subir.

- ¡Si este tren y su mercancía no son míos, no serán para nadie!

Guante roto estaba dentro de la cabina de la locomotora. Era demasiado tarde. En ese momento, el guante activó al máximo la palanca de la velocidad, y después, rompió la del freno.

- ¡Oh no!

- ¡Si el tren va a esta velocidad se estrellará!

- ¡SERÁ EL COLAPSO DE TODA LA CASA!

La velita supo que tenía que hacer algo, el destino de su hogar estaba en juego.

- ¡¡¡Deja que te eche una mano!!!

Sin pensarlo dos veces, se lanzó abajo, delante del tren.

- ¡NOOO!

El tren sufrió una fuerte sacudida y después, comenzó a pararse lentamente, como si resbalara con algo.

Una vez hubo parado, el mechero bajó de un salto. El vapor y el humo salían del motor y de las ruedas sobrecalentadas, lo que le impedía la visión.

- ¿Velita?

Dijo mientras la buscaba, temiendo lo peor.

Y allí, junto a la cabeza del tren, estaba la Velita de sebo. El impacto con las ruedas la había desprendido de parte de su negra cáscara, dejando ver la blancura de su interior.

- Parece que lo hemos logrado.

Dijo, aún aturdida.

- ¡Te lo dije, Velita!

- En el fondo siempre seguiste siendo tan blanca como siempre.

- Ahora es el momento de volver a casa.

- ¿Pero qué pasa con guante roto?

- Ha escapado… por el momento. Ya le cogeré haciendo alguna de las suyas.

- No entiendo por qué hace esto. Podría haber sido el fin para todos.

- Bueno, hay quienes piensan que ya no son útiles ni buenos para nadie, y ahora solo viven para ellos mismos.

- Desde que se perdió Doña Guante, el guante roto ya no es el mismo.

Tras la victoria, el mechero condujo a Velita hasta la parte alta de la casa. Allí, relató apasionadamente la aventura y cómo la velita había salvado a toda la casa. Entusiasmados con la historia, los objetos y juguetes le dieron un puesto de gran importancia.

- ¡Y entonces Velita se lanzó contra el reloj averiado para parar el tren!

- ¡Fue alucinante!

Con gran emoción la velita de sebo ocupó su lugar en el escritorio, en un bonito porta velas.

Entonces, el mechero se quitó el sombrero y con un chasquido sacó una llama de su interior, encendiendo la mecha de Velita. Cayeron las primeras gotas derretidas y con ellas, se limpió el resto de suciedad que aún le quedaba.

Y así, la velita de sebo iluminó a muchos ayudándoles a encontrar su camino, bajo su lumbre se narraron grandes historias, y lució largo tiempo para alegría de ella misma y de las demás criaturas.

Y eso es todo, de momento.

Hasta el próximo cuento.