Pulgarcito, protagonista del cuento infantil clásico, pequeño niño del tamaño de un pulgar con espada, ilustración de Volpi Studios
Volver

Las aventuras de Pulgarcito

🌟👶 Pulgarcito de Charles Perrault: Descubre este cuento infantil clásico en Volpi Studios. Pulgarcito, un niño del tamaño de un pulgar, demuestra que la inteligencia supera cualquier obstáculo. Cuando sus padres leñadores, empobrecidos, abandonan a sus siete hijos en el bosque, Pulgarcito usa su astucia para salvar a sus hermanos del peligroso ogro y conseguir las botas mágicas de siete leguas. Un cuento para niños lleno de aventura, valentía e ingenio, perfecto para compartir en familia. Disponible para leer online, escuchar en audio y ver en video. ✨🥾
🌟👶 Pulgarcito de Charles Perrault: Descubre este cuento infantil clásico en Volpi Studios. Pulgarcito, un niño del ta...
Escuchar Ver

Las aventuras de Pulgarcito

Lo llamaron Pulgarcito, porque tenía el tamaño de un pulgar. Sin embargo, tenía el ánimo más grande del mundo:

—¡Papá, papá!

—¿Hmm?

—¡Papá!

—Dime, hijo

—respondió con pesadez, pero no de mal humor.

—Voy a recorrer el mundo.

—Muy bien, hijo.

—¡Será como en los cuentos! Encontraré tesoros, ¡mataré dragones!... Aunque tal vez no pueda... soy demasiado pequeño.

El padre miró al niño con compasión.

—No, Pulgarcito, claro que podrás

—dijo, levantándose del sillón en el que estaba—.

Pero necesitarás esto.

El padre, que era sastre, cogió una larga aguja de zurcir y rellenó el ojo con lacre rojo derretido, como si fuera una empuñadura de diamante.

—Coge tu espada.

—¡Tomá! ¡Esto se merece un gran banquete de despedida!

Dijo mientras se dirigía hacia la cocina, saltando de un mueble a otro.

—Me pregunto qué estará cocinando mi madre... 

Cuando llegó, intentó averiguar qué se cocinaba en la gran olla que había puesta encima de los fogones.

Pero no pudo acercarse mucho, ya que era demasiado grande y quemaba demasiado como para escalar por ella.

—Si no puedo acercarme por tierra... ¡habrá de ser po aire!

Pulgarcito cogió una hoja de papel e hizo con ella un avioncito. Después, se subió al mueble más alto de la cocina y se puso al borde con su avión.

Miró al precipicio. Aunque estaba acostumbrado a las alturas, esta le imponía respeto.

Luego miró la humeante olla. Estaba al otro lado de la cocina, a una considerable distancia para el pequeño Pulgarcito.

Respiró hondo, se ajustó su nueva espada al cinturón y se lanzó, subido a su avioncito de papel.

Comenzó a sobrevolar la cocina.

—¡Esto es increíble!

—dijo contemplando las vistas.

—¡Ajá! Ya casi veo lo que hay dentro de la olla. Solo tengo que acercarme un poco más...

De pronto, el vapor proveniente de la olla sacudió fuertemente su avioncito. Pulgarcito comenzó a perder el control, y de repente, una gran cantidad de vapor lo empujó chimenea arriba.

—¡Aaaah!

Rápidamente recorrió el conducto hasta el exterior. En ese momento, quedó flotando en el aire en un espléndido día primaveral.

—Uff, por los pelos... parece que ya se ha calmado la cosa.

Sin embargo, quedó un rato suspendido en el aire, descendiendo muy poco a poco y recorriendo una larga distancia.

Al fin, llegó al suelo, justo a pocos metros de un pueblo.

—¡Ahora empieza mi aventura!

Dijo, y se dirigió hacia el lugar.

—Hola, busco empleo.

—dijo a una sastresa.

—Aquí tenemos mucho trabajo. Lo que no tenemos es dinero para pagar a nadie.

—No importa, me conformaré con que me deis bien de comer.

Que, a juzgar por tu aspecto, de eso no os falta...

—añadió en voz más baja.

—¿Sabes algo de sastrería?

—¡Mi padre es sastre! ¡La costura circula por mis hilos!... digo, por mis venas.

Y sin más, Pulgarcito empezó a trabajar oficialmente como becario sastre.

Sin embargo, no pasó mucho tiempo hasta que comenzó a cansarse del lugar.

—Señora, la sopa está muy aguada, y estas migajas de pan no llenarían ni a un ratón.

—¡Já! ¿La comida no satisface vuestro noble estómago? No dudéis en mandar una hoja de reclamaciones al gremio de Hiladores y Zurcidores. Aunque podéis esperar sentados. No creo que os hagan mucho caso hasta el próximo solsticio.

—Pues yo, si no como mejor, mañana mismo me voy. Y dejaré escrito en vuestra puerta: «Aquí vive la reina de las patatas: mucha patata, poca carne».

La mujer, roja de enfado, cogió una sartén para darle su merecido, pero Pulgarcito ya se había escondido bajo un dedal. Desde allí sacó la lengua y sonrió travieso.

—¡He visto a vacas moverse más rápido amiga!

La patrona levantó rápidamente el dedal, pero Pulgarcito saltó ágilmente entre las telas y se escabulló bajo la mesa.

—¡Aquí abajo estoy!

exclamó con voz engolada.

La mujer miró enfurecida debajo de la mesa, pero él ya se había ocultado en el cajón de hilos.

—¡Me has perdido otra vez!

Abrió el cajón con gran ímpetu, Pulgarcito saltó de él, pero esta vez lo atrapó en aire.

—Fuera de aquí, sabandija.

Dijo lanzándolo fuera de la casa y cerrando la puerta de golpe.

Pulgarcito, se desempolvó dignamente.

—Pues vaya con la señora, los modales entre los sastres se están perdiendo.

Se encaminó hacia un oscuro bosque.

Entonces vio una hoguera a poca distancia y un grupo de hombres con aspecto sospechoso.

—¿Y si les pido algo de comida?

Murmuró mientras se acercaba.

Uno de los hombres, con voz áspera, le dijo:

—Eh, pequeñajo. ¿Quieres hacerte rico?

—¿Rico?

replicó inseguro.

—Sí, somos un grupo de honrados emprendedores.

Nos gusta pensar que innovamos en la redistribución alternativa de capital.

—Eso suena increíble, así los sastres no tendremos que comer más sopa aguada.

—Únete a nuestra empresa: buscamos perfiles únicos, y alguien pequeño como tú sería perfecto para acceder a la cámara del tesoro del rey.

—¿Robar al rey? No, eso no puedo hacerlo

Respondió.

—Tendrás comida en abundancia y monedas de oro. ¿No es lo que querías?

Pulgarcito lo pensó un momento y finalmente asintió:

—Está bien. Pero solo lo haré esta vez.

Llegaron al castillo del rey, y Pulgarcito entró por la puerta principal pasando desapercibido. Luego deambuló por los pasillos hasta encontrar la cámara del tesoro, custodiada por dos guardias.

Descubrió una diminuta grieta junto a la puerta. Cuando iba a deslizarse, oyó la voz de un guardia:

—Mira esa araña. Voy a aplastarla.

—¡No! ¿Y si es una madre araña llevando comida a sus crías?

—¿Comida? ¡Es una araña!

—Todo el mundo tiene derecho a comer. Hasta las arañas.

—También los guardias, y no me pagan para escuchar tonterías.

—Pues a mí me gusta imaginar que hay algo de bondad en este mundo.

—¿Bondad? Pero qué dices.

¡Ahora me ha entrado hambre con lo de la comida!

Aprovechando la confusión, Pulgarcito se coló en el interior.

Abrió una ventana desde dentro y empezó a lanzar monedas una tras otra hacia los bandidos, que comenzaron a celebrarlo desde abajo.

De pronto escuchó pasos acercarse:

—¡Viene alguien!

Pulgarcito se escondió rápidamente bajo una moneda en el momento en que se oía el ruido de la cerradura.

El rey entró a inspeccionar, se acercó a las monedas con ceño fruncido y murmuró:

—Esto no cuadra... debería haber doce montones, y aquí solo hay diez y medio... ¿no he subido los impuestos lo suficiente o es que me están robando?

Se giró de golpe y gritó a sus guardias:

—¡Vigilad bien, alguien está robando mi oro!

Cuando el rey se marchó, Pulgarcito continuó lanzando monedas.

El ruido alertó a los guardias, que entraron de prisa, pero no vieron a nadie.

—¡Imposible! No hay nadie.

—¡Aquí estoy!

Dijo Pulgarcito apareciendo de detrás de un montón de monedas

Los guardias se lanzaron a por él, pero Pulgarcito se escapó ágilmente.

Corrían de un lado a otro intentando atraparlo, pero Pulgarcito siempre escapaba cubriéndose con monedas.

—¡Por aquí! ¡Ahora estoy aquí!

Finalmente, agotados, los guardias desistieron.

—Será un fantasma…

—¿Un fantasma?

—Sí, un espectro recaudador. Entra, toma oro y se esfuma. Los hay en todas las leyendas.

—¿Y no podemos atraparlo o eludirlo?

—¿A estos fantasmas? ¡Imposible!

—Pues nada, que el rey se lleve el oro a otra parte.

Al salir, Pulgarcito volvió con los ladrones, que le aplaudieron admirados:

—¡Eres nuestro héroe! ¡Quédate con nosotros!

—Lo siento, pero debo continuar mi viaje.

Dijo con una sonrisa, cogiendo una moneda como recompensa, ya que era lo único con lo que podía cargar.

Continuó su viaje trabajando de sastre en sastre, aunque ninguno le satisfacía.

Finalmente, entró como ayudante en una posada regentada por un posadero mayor, medio ciego y bondadoso, del que se aprovechaban descaradamente las sirvientas.

Allí, las sirvientas comenzaron a tenerle entre ceja y ceja, pues Pulgarcito, que sentía pena por el posadero, siempre descubría sus pequeños robos y travesuras.

—Vamos a darle una lección

Susurraron entre ellas.

Un día, cortando hierba, una sirvienta atrapó a Pulgarcito con la guadaña y, sin pensarlo, lo lanzó envuelto en un pañuelo al comedero de las vacas.

Una vaca negra y grande lo tragó entero sin darse cuenta.

Pulgarcito, muy incómodo dentro del oscuro estómago, escuchó decir al posadero:

—Mañana sacrificaremos esta vaca.

—¡Estoy aquí!

¡Sacadme de aquí!

Gritó Pulgarcito desesperado, pero nadie lo oyó.

Al día siguiente, durante el sacrificio, Pulgarcito logró saltar entre los cuchillos del posadero, quien corto de vista, no distinguió a Pulgarcito de la morcilla y la carne.

Finalmente acabó atrapado en una morcilla. Quedó colgado en la chimenea durante largo rato, aburrido y resignado.

—Quizá debí haber seguido con aquellos honrados emprendedores... o quizá haber rellenado esa hoja de reclamaciones...

Al fin, el posadero tomó la morcilla para un invitado especial. Al primer corte, Pulgarcito saltó con todas sus fuerzas.

—¡Libre, al fin!

Pero su alegría duró poco: apenas se hubo alejado del pueblo, un zorro lo tragó de un bocado.

—Señor Zorro, me tiene atascado en la garganta. Si me suelta, le prometo las gallinas de mi padre.

—¿Todas las gallinas?

—¡Todas!

El zorro lo dejó libre y le acompañó a casa. Al verlo, su padre entregó felizmente las gallinas.

—Toma papá, te traigo una moneda que he ganado emprendiendo.

Pero... ¿por qué has dejado que se lleve todas las gallinas?

—Bobo, ¿no crees que tu padre entregaría todo el corral por recuperar a su hijo?

El padre abrazó emocionado al pequeño Pulgarcito, consciente de que no había tesoro mayor en el mundo.

Y eso es todo, de momento.

Hasta el próximo cuento.