Portada del cuento "Los músicos de Bremen", Cuento de los Hermanos Grimm
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Los músicos de Bremen

🎵🐾 Los Músicos de Bremen (H. Grimm): Entrañable cuento clásico infantil para leer online. Cuatro animales rechazados (burro, perro, gato, gallo) viajan a Bremen soñando ser músicos. Su amistad, coraje y el crucial trabajo en equipo les permite vencer obstáculos y hallar un nuevo hogar. ¡Descubre esta inspiradora historia en familia! Disponible en texto, audio y vídeo. Ideal para antes de dormir. 🐴🎺🌳
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Los músicos de Bremen

Nuestra historia comienza con un sencillo burro, que trabajaba en un molino llevando sacos de aquí para allá. Era un burro sencillo que había trabajado duro toda su vida.

Su dueño, al ver que empezaba a envejecer, decidió que debía deshacerse de él. Sin embargo, el burro se dio cuenta de esto, y aunque nunca había sido de grandes planes, decidió escaparse de la granja.

-Tendré que buscarme otro trabajo, supongo. Bueno, ¡nada como un nuevo horizonte! Seré músico en la ciudad de Bremen

Y sin más, echó a andar por los caminos con la firme esperanza de encontrar Bremen, que según había oído, no quedaba tan lejos.

Tras un tiempo caminando, se topó con un perro que jadeaba escondido tras un arbusto. El animal temblaba, como si temiese que hasta el sol pudiera hacerle daño.

-¿Te ocurre algo, amigo?

Preguntó el burro extrañado.

-Soy viejo y ya no sirvo para cazar ni para guardar la casa… por eso mi amo quiere acabar conmigo.

¿A dónde iré ahora?

-Bueno, yo voy a Bremen a ser músico. Puedes venir conmigo. Seguro que viene bien alguien que tenga buen oído.

El perro levantó una oreja, incrédulo. No tenía ni idea de qué implicaba ser músico, pero la propuesta y la actitud del burro le hizo olvidar por un momento sus problemas.

- No conozco nada fuera de mi casa... pero... te acompañaré.

Y así, continuaron juntos por el sendero.

De pronto, se detuvieron ante un muro de piedra. En la parte superior, una gata estaba tumbada, observándolo con ojos entrecerrados y perspicaces. Su dueña había querido deshacerse de ella, porque ya no cazaba ratones como antes.

-Hola.

Dijo el burro.

-¿Sabes si este es el camino hacia Bremen?

-Si, lo es.

Dijo la gata, con cierta desgana en la voz.

-Qué dúo más curioso formáis. ¿Para qué os dirigís a la ciudad?

-Vamos a ser músicos.

Dijo el perro con entusiasmo.

-¿Pretendéis ir a Bremen a tocar música?

soltó con un tono burlón.

- Me cuesta creer que a los humanos les interese lo que hagáis.

El burro asintió, entusiasmado.

- ¡Imagínalo! Los grandes escenarios

-¡Los premios!

-¡El público enardecido!

-¡Nos darán galletas!

-El heno de lujo…

La gata no daba crédito a lo que escuchaba. El perro tenía la lengua fuera mientras se imaginaban todo esto.

-¡Ven con nosotros! Necesitaremos alguien que conozca bien a los humanos para hacer la mejor música.

Ni el burro ni el perro mostraban rechazo ante sus palabras, y aquello llamó la atención de la gata. Sorprendiéndose de si misma, bajó de un ágil salto desde su elevada posición en el muro.

- De acuerdo, os acompañaré... Pero que conste que no me entusiasma la idea.

De esta manera, la gata se unió al curioso grupo, y siguieron avanzando por el camino, hablando acerca de qué podría tocar cada uno.

De pronto un canto estridente rompía el aire.

Cuando se acercaron para ver de qué se trataba, vieron que era un gallo, encaramado al portón de una cerca, gritando con todas sus fuerzas. Su cresta se balanceaba al ritmo de aquel cacareo exaltado.

- ¿Por qué gritas de esta manera? ¡Tus gritos nos perforan los tímpanos!

Dijo el burro.

-Por que se acaba mi trabajo y con ello todo lo que soy. Mañana vienen invitados y mi ama no quiere que cante. Me echará en el caldo para darles de comer.

- ¡Ven con nosotros a Bremen! Necesitaremos una voz potente para nuestra música. El perro y la gata te ayudarán a afinarla.

soltó el burro, mientras la gata se llevaba una mano a la cara.

El gallo no lo dudó ni un segundo. Bajó revoloteando, rebosante de energía.

- ¡A Bremen! ¡Claro que sí!

Y así, los cuatro animales continuaron juntos, sin mirar atrás.

-¡Seremos una banda magnífica!

-¡Qué bien quedaría una gran pancarta con nuestros nombres!

-¿Con colores brillantes?

-¡Brillantes y con forma de hueso!

¿Pero qué tiene que ver un hueso con la música?

Se decidieron a pasar la noche en un claro. El burro y el perro se tumbaron bajo dos grandes árboles, mientras que la gata subió a una rama; y a otra todavía más alta, subió el gallo.

- ¡Mirad, hay una luz por allí!

Dijo el gallo desde las alturas.

- Debe de ser una posada.

Comentó la gata.

- Seguro que encontramos comida y un lugar donde descansar. ¡Vayamos ahora mismo!

Dijo el burro desde abajo, ladeando las orejas contento.

- Sea lo que sea, no es buena idea lanzarse a lo loco.

Las luces en mitad del bosque nunca anuncian nada bueno.

Avanzaron en silencio hasta divisar, a través de una ventana, siluetas humanas y una mesa repleta de comida en una habitación en la penumbra. El burro, con la emoción a flor de piel, se dispuso a entrar sin pensarlo dos veces.

- ¡Vamos! ¡Seguro que nos dan algo de cenar y tal vez un lugar para dormir!

La gata saltó a un tronco caído y miró con desconfianza.

- ¿Has olvidado que somos animales vagabundos? No nos van a invitar a comer.

El perro agachó las orejas, alerta.

- Me temo que la gata tiene razón...

La gata entrecerró los ojos, intentando ver mejor.

- Parece que llevan cuchillos y dagas. Esos no son granjeros, son bandidos.

El perro tomó la palabra, con un atisbo de la vieja autoridad de guardián.

- Se me ocurre un plan. Podemos asustarlos. Si creen que somos un gran monstruo, huirán despavoridos.

La gata soltó un maullido escéptico.

- ¿Y cómo piensas hacerlo?

El perro respiró hondo, y su voz adquirió un tono casi marcial.

- He protegido de incontables peligros la casa de mi amo durante años, con el mismo éxito con el que lo hicieron mis antecesores antes que yo.

-Durante todo ese tiempo, recibí innumerables reconocimientos por mis servicios al hogar, como la galletita de la despensa.

-Sin duda, ese era el mejor premio que un guardián podía recibir.

Dijo mientras recordaba su época pasada.

-Si entran en pánico, saldrán corriendo. Subámonos uno encima de otro en la ventana, haremos mucho ruido y lograremos que huyan.

Sin dar tiempo a más debates, el burro se acercó al alféizar, elevó las patas delanteras. El perro, tembloroso pero decidido, saltó sobre la grupa del burro. La gata trepó con agilidad encima del perro y finalmente, el gallo se puso encima.

El rebuzno, el ladrido, el maullido y el cacareo hicieron un ruido tan terrible, que hicieron entrar en pánico a los ladrones.

El gallo apagó las pocas velas de un aleteo, impidiendo a los bandidos saber qué estaba ocurriendo.

Los bandidos dejaron caer cuchillos y botellas. Con un grito ahogado, se precipitaron hacia la puerta, huyendo sin mirar atrás.

Los cuatro animales se acercaron cautelosamente a la mesa, donde aún humeaban algunos platos. La gata olisqueó el mantel, el perro dio un lametón a un hueso y el gallo se posó en un taburete, orgulloso.

- Parece que el plan ha funcionado

Susurró el perro, con un brillo triunfal.

Una vez hubieron comido hasta hartarse, apagaron la luz y buscaron un rincón para descansar, cada uno según su costumbre y naturaleza.

El burro se echó sobre el estiércol, el perro detrás de la puerta, la gata junto a las brasas calientes, y el gallo subió a la viga más alta.

Sin embargo, no muy lejos de ahí, los bandidos comprobaron en la distancia que la casa no albergaba ninguna luz.

-No entiendo por qué os habéis asustado tan fácilmente. Deberíais haber permanecido en la casa, quizá no era un peligro real.

Dijo el cabecilla.

-Pero tú también has salido corriendo, jefe. Yo me asusté porque tú lo hiciste.

-Vaya, ¡tenemos un héroe amigos! De acuerdo, como eres tan valiente, irás tú solo a comprobar si hay algo ahí dentro y si podemos volver.

Al bandido, no le quedó más remedio que ir hasta la casa. Pálido y tembloroso, abrió cautelosamente la puerta, encontrando todo tranquilo.

De pronto, creyó ver dos ascuas que brillaban al fondo en la habitación. Cuando intentó encenderlas con una cerilla, descubrió que no eran ascuas, sino dos ojos vigilantes. La gata, molesta, saltó a su cara y le arañó.

El bandido, aterrorizado, echó a correr tropezando con el perro, quien sin dudarlo, mordió al intruso en la pierna. Llegó al patio como pudo, donde el burro le dio una coz con las patas traseras.

Aún aturdido, volvió en si con el canto del gallo en su oído, y presa de terror, echó a correr otra vez sin volver a mirar atrás.

El bandido llegó jadeante junto con el resto de sus compañeros.

-¡Hay una bruja! ¡Me ha arañado la cara! ¡En la puerta hay un hombre armado con un cuchillo! ¡Me lo ha clavado en la pierna! ¡En el patio, un gigante con un garrote con el que me ha golpeado sin piedad! Y protegiendo la casa, ¡un terrible espíritu que gritaba mi nombre!

- ¡Estúpido! ¡Cómo se te ocurre despertar esos peligros! ¡Ahora nos perseguirán a todos!

Dijo el cabecilla.

Y tras esto, salió corriendo, seguido de sus compañeros detrás.

- ¡Esperad! ¡No me dejéis atrás!

Gritó el bandido que había inspeccionado la casa, aun cojeando detrás del grupo.

La casa había quedado en silencio tras el último grito del bandido. La oscuridad era casi absoluta, rota apenas por algunas brasas agonizantes en la chimenea.

El perro, se sentó en el suelo.

- ¿Creéis que se habrán ido todos?

- Después de ese alboroto, no volverán.

Respondió la gata.

Ninguno respondió de inmediato. De repente, se habían quedado solos en aquella guarida que, tras la huida de los ladrones, se antojaba extrañamente acogedora.

La gata observó cada rincón y bajando la mirada, dijo por fin lo que rondaba en su cabeza.

- ¿Y si nos quedamos? Hemos andado bastante. Quizá este sea el lugar que necesitamos.

- Siempre quise ser músico para no tener que cargar más sacos. Aquí tampoco tengo que cargar nada.

Respondió el burro.

El perro, con un suave ladrido, movió la cola.

- Y yo estaré contento mientras no tenga que volver a esconderme.

Al caer la madrugada, cada uno se acomodó según sus gustos.

Por primera vez en mucho tiempo, ninguno temía al día siguiente ni añoraba algo lejano.

- ¡Qué gran concierto, amigos! Después de esto, vendrán de todas partes a escucharnos, no tengo ninguna duda.

Dijo el gallo, con el pecho henchido de orgullo.

Y así, sin haber pisado la ciudad ni haber tocado ningún instrumento, se convirtieron en los músicos más conocidos de Bremen.

Y esto es todo, de momento.

Hasta el próximo cuento.